OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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HISTORIA DE LA CRISIS MUNDIAL |
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REVOLUCION RUSA
La guerra con el Japón precipitó en Rusia los acontecimientos revolucionarios que venían madurando en ese país desde mucho tiempo atrás. Pero no existía aún en Rusia una sólida organización revolucionaria. Los grupos liberales burgueses se caracterizaban por su optimismo. El partido bolchevique, que en 1917 debía conducir victoriosamente a las masas a la Revolución, daba sus primeros pasos. En 1903 se había separado de los mencheviques, pero había mantenido aún lazos de acción común con esta fracción que sostenía la tesis del carácter necesariamente liberal burgués de esa etapa revolucionaria, subestimando el rol del proletariado en su proceso. La insurrección de 1905 fue dominada; pero, intimidado por la agitación revolucionaria en el país, el Zar ofreció en un manifiesto la Constitución y el Parlamento. Estas promesas fueron burladas bajo la presión de los elementos reaccionarios; pero la experiencia de 1905, inteligentemente utilizada por los bolcheviques, sirvió a la creación de una estrategia y un organismo revolucionarios, que, doce años más tarde, iban a permitir al proletariado la conquista del poder. La guerra con los Imperios Centrales condenó a muerte al zarismo. En el curso de la guerra quedó demostrada, a más no poder, la incapacidad y la corrupción de este régimen. Los propios gobiernos aliados, alarmados por la inepcia zarista y el descontento popular, se dieron cuenta de que la sustitución de este gobierno era inevitable y necesaria. Pero aparecía muy riesgosa toda tentativa de canalizar las fuerzas populares. La falta de víveres se encargó de desencadenarlas. El 10 de marzo se declaró la huelga en las fábricas y tranvías. El 11 los soldados fraternizaron con el pueblo. Los actos del Zar aumentaron la tensión. Un úkase imperial ordenó la suspensión de la Duma. La Duma resistió. La insurrección estalló incontenible. El 14 el zar, conminado a retirarse por Rodzianko, presidente de la Duma, abdicó a favor de su tío el gran duque Miguel. Pero éste, percatado de los peligros de la situación, declaró que no aceptaría el poder sino por mandato de una Asamblea Nacional, elegida por el voto popular. El gobierno provisorio constituido por la Duma, bajo la presidencia del príncipe Livov, y con la participación de Rodzianko, Miliukov y Kerensky, se mostró pronto en desacuerdo con el espíritu revolucionario del movimiento. Kerensky asumió entonces la presidencia del gobierno. Pero Kerensky no era tampoco el jefe que la revolución necesitaba. Demasiado obsecuente con los gobiernos aliados, que se arrogaban en el derecho de asesorarlo por intermedio de sus embajadores, no osó romper abiertamente con todas las instituciones y hombres del zarismo. Menos aún osó actuar la política que el pueblo, por órgano de sus consejos de obreros y soldados, reclamaba con creciente instancia: la cesación de la guerra y el reparto de tierras. El partido socialista revolucionario al cual pertenecía Kerensky, reclutaba, sin embargo, sus fuerzas en el campesinado, que era la clase que más sentía ambas reivindicaciones. La reacción, alentada por las hesitaciones y compromisos de Kerensky, empezó a amenazar las conquistas revolucionarias. Por mano del general Kornilov, intentó un golpe de estado que encontró alertas y vigilantes a las fuerzas proletarias, dirigidas cada vez con mayor autoridad, por el Partido Bolchevique. Lenin, líder y animador de este partido, revolucionario y estadista, genial, a quien la crítica menos sospechosa de parcialidad reconoce los rasgos y la grandeza de un Cromwell, encontró en la fórmula, «todo el poder a los Soviets», la voz de orden que debía llevar la victoria a la revolución. Los soviets de obreros y soldados tenían el control de la situación, y al influjo de una enérgica propaganda y de un programa claro y realista, pronto se pronunciaron a favor del bolchevismo. El 24 de octubre, el gobierno provisorio de Kerensky fue depuesto por los soviets. En su reemplazo, se constituyó un gobierno revolucionario encabezado por Lenin, quien desde el primer momento manifestó su resolución de instituir un Estado proletario sobre las ruinas del antiguo Estado ruso demolido hasta su cimientos. No obstante las
conspiraciones internas y externas que le ha tocado afrontar, este Estado
proletario se mantiene hasta hoy en pie, representando, según todos los
testimonios, el único orden posible en Rusia. Dirigido por hombres
escogidos del partido de Lenin, el desarrollo y afianzamiento del Estado
Soviético significa la realización victoriosa del Socialismo en un país
de 150 millones de habitantes.
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